Actualmente,
una de las preocupaciones que más desvela a la mayoría de los ciudadanos es la
corrupción, tanto en ámbitos privados como gubernamentales, esta problemática
que abarca todo el mundo y particularmente afecta a nuestro país, debe ser
abordado desde distintas perspectivas e involucrando a todos los integrantes de
la sociedad.
En
el mundo de los negocios, el cumplimiento normativo, conocido también bajo el
término inglés compliance, hace referencia a las normas internas establecidas
por las empresas, para su actuación en los ámbitos interno y externo, que se
expresan en mejores prácticas comerciales, implementación de un Código Ético, el
establecimiento de políticas anticorrupción, la preocupación en la prevención
de riesgos en el lugar de trabajo, protección de datos y activos informáticos, el
blanqueo de capitales y operaciones comerciales, entre otras acciones. La
creación, el establecimiento y el cumplimiento de estas normas creadas por y
para las empresas es una forma de prevenir y evitar cualquier conducta ilícita.
El
concepto compliance se implementó en los años 70 y 80 en Estados Unidos como
consecuencia de los graves escándalos financieros relacionados con casos de
corrupción que afectaron a importantes corporaciones, como el conocido escándalo
Lockheed Corporation de soborno de funcionarios extranjeros.
En
este sentido, hace unos días el diario La Nación, publicó un artículo del
periodista Gabriel Cecchini, referido al tema.
Leemos
en el artículo:
Compliance:
la nueva sigla del CEO que corresponde a Chief Ethical Officer
Gabriel
Cecchini
Por
primera vez en sus 19 años de existencia, el estudio "CEO Success"
que realiza anualmente la consultora PwC sobre la duración y performance de los
CEOs de las 2500 empresas más grandes del mundo indica que, de los número uno
que debieron abandonar sus puestos de manera involuntaria durante 2018 (89 en
total), la razón principal de su partida estuvo relacionada con "fallas
éticas" en un 39 por ciento de los casos, seguida en segundo lugar de un
mal desempeño financiero (35 por ciento) y por desencuentros o diferencias de
opinión con sus directorios (13 por ciento), en tercera posición.
Los
despidos basados en faltas éticas aumentaron un 50 por ciento comparado con la
suba del año pasado. 10 años atrás la mitad de los despidos estaba relacionada
con una deficiente performance financiera y menos de un 10 por ciento con temas
éticos. Hoy en día, son estos últimos los que se suben al podio del ranking.
Existe
consenso entre numerosos especialistas en que no se constata hoy en día la
presencia de una mayor cantidad de ejecutivos que se comporten de manera no
ética que en el pasado. ¿Qué nos están diciendo entonces estos números?
Pues
bien, lo clave aquí es la menor tolerancia y aceptación que existe hoy en día
de estas fallas éticas en un contexto de hípertransparencia. Las empresas y sus
CEOs en particular - verdaderos pararrayos de crisis reputacionales en estos
días - están sujetos al constante monitoreo microscópico y en tiempo real de
sus acciones por parte de sus diversos grupos de interés, tanto internos como
externos, que están siempre dispuestos a sacar a la luz falencias en la cultura
corporativa e incongruencias entre los valores declamados y las prácticas
efectivas de dichas organizaciones y sus líderes.
Se
evalúa la cultura corporativa no únicamente en base a los clásicos aspectos
éticos relacionados con casos de fraude, corrupción o conflictos de interés,
sino crecientemente en un espectro de temas de integridad que van desde
desastres medioambientales, pasando por situaciones de discriminación y acoso,
llegando hasta temas de protección de privacidad de datos de usuarios y de
transparencia en cadenas de valor.
La
rapidez con la que el riesgo reputacional puede materializarse en una crisis y
escalar a partir de la presión ejercida por parte de distintos stakeholders,
causando potencialmente daños de grandes dimensiones tanto en términos
financieros como operativos, obliga a las empresas y a sus directorios a tomar
decisiones con respecto a la permanencia de sus CEOs en plazos de tiempo muy
breves. Decisiones que antes se tomaban en cuestión de semanas o meses, hoy se
han reducido a cuestión de días o incluso de horas.
Los
directorios saben que el costo de no actuar (es decir, mantener a un CEO en su
cargo una vez conocido o denunciado un hecho indebido o falla ética de
importancia relacionado con su gestión) puede ser muchísimo más oneroso que el
hecho siempre problemático y complejo de tener que despedir al número uno de la
organización. Incluso no vale aquí si se trata de un veterano CEO exitoso y
arquitecto decisivo en el desarrollo y crecimiento de su empresa: así lo
demuestran los casos recientes de titanes corporativos caídos en desgracia, en
especial, de la industria automotriz, del sector de entretenimiento y medios de
comunicación, y del sector bancario despedidos en estos últimos meses debido a
fallas éticas de diversa índole que han involucrado, entre otros, casos de mal
uso de bienes corporativos, acoso sexual, prácticas fraudulentas de ventas o
lavado de dinero. Incluso casos en los cuales un ejecutivo ha incumplido con
normas que a primera vista podrían considerarse faltas menores - las cuales
hace pocos años atrás hubieran pasado desapercibidas - son en hoy en día no
tolerables.
En
junio de 2018, Brian Krzanich, entonces CEO de Intel, fue removido de su cargo
luego de que se conoció que había mantenido una relación afectiva consensual
con una empleada de su compañía, algo que estaba prohibido por las políticas de
compliance de la empresa. Su desempeño al frente de la compañía tecnológica
había sido excelente pero a pesar de ello la compañía decidió desvincularlo.
Adicionalmente hay CEOs que han sido despedidos no principalmente a causa del
problema o hecho indebido original que ocasionó una crisis reputacional
puntual, sino por la manera en que salieron a gestionar y mitigar dicha crisis,
empeorando la situación en vez de mejorarla. También con respecto a una
deficiente gestión de este tipo de situaciones un CEO puede ver comprometida su
posición.
Hay
que decir que estas rápidas decisiones pueden considerarse injustas en ciertos
casos ya que muchos CEOs han sido despedidos antes de que pudieran llevarse a
cabo investigaciones internas que arrojaran resultados tangibles o de que
incluso hubiera algún tipo de exposición legal que justificara tales
decisiones. En estos casos, también se aplica el mismo principio descripto
antes: se actúa proactivamente en pos de evitar o mitigar el costo del daño
reputacional que puede acarrear mantener al CEO en su cargo.
Los
CEOs saben entonces que al mismo tiempo que se los estará evaluando en términos
del desempeño financiero de las organizaciones que lideran en cuanto a aumento
de ganancias y rentabilidad, una mayor competitividad o crecimiento en
participación de mercado, se les aplicará de ahora en más también este nuevo
"lente" ético a la hora de evaluar su continuidad (o no) al frente de
sus empresas. Bienvenidos a la era de los Chief "Ethical" Officers. Y
de los riesgos de fallar en el intento.
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